2.2.14

La reina de Japón se luce en Villa Canto


Como todos los años fuimos a cumplir con el ritual de admirar las uvas que Nazareno Bruschi cultiva en su vivero de Villa Canto, cerca de San Nicolás. Este año fuimos con el amigo Julio Méndez, una perceptivo conocedor  de vinos, y con Francisco. Julio me pasó a buscar y me regaló el libro Más allá del Malbec, de Quintín y Andrés Roseberg, que estoy leyendo bajo la tutela del la recomendación de Borges: Hasta el peor libro contiene una frase memorable. El viaje fue una linda experiencia para Francisco, ya que le fascinan los Fiat y a este, encima, se le abría el techo.  El pedacito de cielo que entraba al auto era un vórtice al pasado al que estábamos por ingresar. Ir al vivero de Nazareno es siempre un viaje al pasado. No solo porque ese lugar es un reflejo de lo que fue el San Nicolás de las quintas, sino porque él hace las cosas a la antigua, es decir, duraderas.
Luego de entrar al vivero por ese camino largo bordeado por cientos de durazneros, dejamos el auto a la sombra y, como siempre, visitamos primero su pequeño orgullo, un largo parral desbordante de Moscatel, Torrontés, Moscatel de Alejandría, Malbec, Bonarda y Cereza, que este año, muy seco al principio y con algunas heladas tempranas que perjudicaron flores y corrieron los racimos, y mucha lluvia ahora, cuando las uvas están llegando al final de la maduración y no necesitan agua, no estaba en su plenitud. Sin embargo, si alguien puede cultivar con éxito uvas en clima húmedo, ese es Nazareno, quien jamás leyó un libro sobre el tema pero todo lo sabe por la experiencia de más de cincuenta años de hacer plantas. Sobre todo frutales. Los que diseminó por todo el país. Cuantas veces los nicoleños habremos tomado un vino riojano con uvas de vides de su vivero.
Nazareno Bruschi y Julio Méndez


Cereza

Torrontés

Después caminamos a lo largo de las espalderas donde nos encontramos con una gran sorpresa, dos variedades japonesas, Kyoho y Fujiminori, que Nazareno injertó hace años cuando unos japoneses propietarios de un viñedo buscaban un viverista que les garantizara sanidad para injertar sarmientos que habían traído de Japón.  Son uvas de mesa, de granos grandes y sabor muy parecido a la uva chinche.  Julio se acordó de un artículo que hablaba de otra variedad japonesa, la Koshu, con la que los japoneses elaboraran un vino blanco hace más de 100 años y que ahora presentarán al mundo en la feria ProWein, que se realizará en Düsseldorf (Alemania) del 23 al 25 de marzo.
Kyoho

La variedad Kyoho se cultiva también en California y según esta descripción http://www.specialtyproduce.com/produce.php?item=2046 las uvas son grandes, de color púrpura oscuro, a veces casi negro azabache, de piel gruesa, y muy aromáticas. Contiene un alto contenido de azúcar y acidez moderada. El racimo parece un montón de pequeñas ciruelas. Es una uva de mesa y su nombre significa “gran montaña". En Japón se la conoce como "La reina de las uvas". Se ganó ese galardón porque con ella se elaboran conservas, mermeladas, postres, aderezos, jugo, saborizante para helados y algunos hasta la vinifican. Crece en las colinas de las montañas de Minoh. Un postre favorito en Japón es sencillamente un pote de uvas Kyoho peladas y refrescadas.
También idearon una guarnición para ser elaborada especialmente con esta variedad, sobre todo porque su piel muy dura soporta la cocción. La receta está acá. http://www.specialtyproduce.com/produce.php?item=2046#sthash.c8HrMhmO.dpuf
La resumo así:
Precalentar el horno a 200 grados. Poner las uvas en una bandeja. Rociarlas con aceite de oliva, espolvorearlas con sal kosher y ramas de tomillo  y mezclar con las manos. Colocar la bandeja en el horno hasta que las uvas empiecen a estallar, aproximadamente 8 minutos. Las uvas deben deformarse lo menos posible. Tostar pan untado con aceite de oliva. Extender ricota fresca sobre el pan y sobre esto las uvas asadas. Desechar las ramas de tomillo.
Francisco midiendo con el refractómetro de Carlos Ponte


Caía la tarde. Habíamos cumplido el ritual. Nos fuimos por el mismo camino por el que llegamos. Pero  esta vez mirando un poco más allá, como pensando en algo inalcanzable, como el horizonte que inexorablemente se escapa.