Los
nicoleños siempre estamos esperando la llegada de alguien. Excepto a
Darwin, que pasó sin que nadie se enterara, esperamos el paso de
Belgrano y el de San Martín, cuando iban a espantar realistas. Esperamos los restos de Sarmiento, quien pasó ya finado, cuando lo traían por el
Paraná desde Paraguay a Buenos Aires. Lo esperamos a
Gardel, que venía de triunfar en
NY a actuar al cine
Palace, antes de que el coliseo muriera por primera vez (ya que su segunda muerte fue cuando, ya convertido en patrimonio, nadie pudo evitar su demolición. Si a
Moyano le importara el patrimonio otro gallo cantaría). Lo esperamos a Mitre, que al regresar triunfante de Pavón, hizo una parada técnica acá y le dio nombre a la ú
nica calle del país que se llama así: De la Nación. Y así seguimos esperando toda la vida. Claro que ahora esperamos a personajes menos ilustres, aunque más simpáticos. Este fin de semana esperamos al patriarca del
escabio nacional Miguel
Brascó. Uno esperaba que su primer comentario estuviera dedicado al vino. Sin embargo lo destinó a lo buena que están las minas
nicoleñas, mezcla de entrerrianas y Genovesas, dijo, y la pegó. Debemos agradecer su presencia a los gestores de la Segunda exposición de vinos de alta gama organizada por la
vinoteca Baco. Hay que remarcar que fue el Segundo encuentro, porque la verdadera proeza de los
Fabiano fue haber apostado dos veces (en la primera perdieron guita) al apático publico
nicoleño. “No lo hacemos para ganar dinero” dicen
Juanjo y
Osvaldo al unísono. Son descendientes de calabreses, que hace 30 años nos venden los mejores vinos, y les gustan los desafíos.
Y también hay que remarcar lo de alta gama. Lo que al principio sonó como estrategia de
marketing, tomó cuerpo en las dos noches del 22 y 23 de octubre: los mejores vinos del país estuvieron ahí, a disposición de los que quisieran invertir los 120 pesos de la entrada.
Brascó quedo tan maravillado que la definió como un "banco de pruebas", más que una exposición, y aprovechó para probar algunos de los más exclusivos, porque "a mi las bodegas me mandan vinos todo el tiempo, pero nunca me mandan estos".
Concreto: estaban el
Yacochuya y el San Pedro de
Yacochuya (a disposición de los buscadores inquietos), el Afincado
Malbec de bodega Terraza de los Andes, el
Rutini apartado 2003 (que pudieron degustar a discreción los paladares negros que aguantaron hasta el final) y su
Gewurztraminer con su cogotuda botella estilizada, el
Zuccardi Z, los tres Gala de
Luigi Bosca, los Trapiche gran medalla, los sanjuaninos de Finca Las Moras (sobre todo el Gran
Syrah) y también el
Tikal de Ernesto
Catena, (a partir del cual se entablaron algunas discusiones).
Además, Miguel
Brasco, paseándose las dos noches como un visitante más, pidiendo sus vinos preferidos en los
stands (algo raro en él ya que solo toma vino en las comidas y se mofa de los
speudo entendidos mueve copas) y a disposición de quien quisiera escuchar sus reflexiones ilustres y sus recomendaciones.
Nos dejó algunas máximas: “En Argentina no hay un
marketing global del vino (como si lo hay en otros países, donde se dice vino italiano o vino francés, sin nombrar a ninguna bodega o región particular). Acá, cada bodega hace su propio
marketing”."Estados Unidos perdió en Argentina la batalla
marketinera de los
New World Wine, vinos
excesivamente concentrados, donde se diluyen las características particulares de las variedades. Desde hace tres años las bodegas volvieron a hacer el vino que le gusta al consumidor argentino genéticamente formado”. “La visita de
Michel Rolland a la bodega de
Etchart, (donde
Brascó ofició de traductor), (ya que Arnoldo no habla castellano, habla salteño y
Rolland no habla español), fue el inicio del cambio de la forma de hacer vino en Argentina. Antes el 99% de los vinos era común”. Se refería al año 1988, cuando
Arnaldo Etchart convocó al enólogo más famoso del mundo para que elabore sus vinos. El resultado fue uno de los primeros vinos de alta gama de Argentina: el
Arnaldo B.
Etchart Cosecha 1989.
En su última visita a San Nicolás creí entender que
Brascó le tiraba mala onda a
Rolland por haber sido el responsable de que muchos bodegueros argentinos, en su lícito afán por vender al exterior, trocaron el típico vino argentino, por la
fashion New World Wine. Esta ves lo defendió. Es más, criticó a la película
Mondovino, que intenta
defenestrarlo, y lo calificó como un tipo agradable y gran conocedor. Le recordé que en el documental se lo ve, sin editar, a
Rolland en el auto, fumando, bajando a una bodega y recomendando
microxigenación y barrica nueva. Me dijo, si, pero nadie puede hacer eso, salvo él.
En la exposición, alrededor de los vinos estuvieron, los aceites de oliva de
Zuccardi, la grapa de
Rutini, el jamón endulzado de
Paladini, los quesos de Verónica y la salchicha en camisa de Buenas Migas. Y para los que, aunque
tambaleantes, llegaron hasta el final, los
temaki de langostinos del Chino coronaron la noche.
Borja Blázquez dio clases de
tapeo (los
calamaretis y las papas con salsa picantes sublimaron ). Y se destacaron dos
sommeliers, por su calidad de atención: Carlos Prados, de
Luigi Bosca y Diego Córdoba, de
Ruttini.
Dos hechos resaltaron por igual: los que fueron las dos noches y los que no fueron ninguna. El censo dirá que ya somos 200 mil. El resto, ¿qué está esperando?
Walter Alvarez