28.10.10

Segunda exposicón Baco de vinos de alta gama

Los nicoleños siempre estamos esperando la llegada de alguien. Excepto a Darwin, que pasó sin que nadie se enterara, esperamos el paso de Belgrano y el de San Martín, cuando iban a espantar realistas. Esperamos los restos de Sarmiento, quien pasó ya finado, cuando lo traían por el Paraná desde Paraguay a Buenos Aires. Lo esperamos a Gardel, que venía de triunfar en NY a actuar al cine Palace, antes de que el coliseo muriera por primera vez (ya que su segunda muerte fue cuando, ya convertido en patrimonio, nadie pudo evitar su demolición. Si a Moyano le importara el patrimonio otro gallo cantaría). Lo esperamos a Mitre, que al regresar triunfante de Pavón, hizo una parada técnica acá y le dio nombre a la única calle del país que se llama así: De la Nación. Y así seguimos esperando toda la vida. Claro que ahora esperamos a personajes menos ilustres, aunque más simpáticos. Este fin de semana esperamos al patriarca del escabio nacional Miguel Brascó. Uno esperaba que su primer comentario estuviera dedicado al vino. Sin embargo lo destinó a lo buena que están las minas nicoleñas, mezcla de entrerrianas y Genovesas, dijo, y la pegó. Debemos agradecer su presencia a los gestores de la Segunda exposición de vinos de alta gama organizada por la vinoteca Baco. Hay que remarcar que fue el Segundo encuentro, porque la verdadera proeza de los Fabiano fue haber apostado dos veces (en la primera perdieron guita) al apático publico nicoleño. “No lo hacemos para ganar dinero” dicen Juanjo y Osvaldo al unísono. Son descendientes de calabreses, que hace 30 años nos venden los mejores vinos, y les gustan los desafíos.
Y también hay que remarcar lo de alta gama. Lo que al principio sonó como estrategia de marketing, tomó cuerpo en las dos noches del 22 y 23 de octubre: los mejores vinos del país estuvieron ahí, a disposición de los que quisieran invertir los 120 pesos de la entrada. Brascó quedo tan maravillado que la definió como un "banco de pruebas", más que una exposición, y aprovechó para probar algunos de los más exclusivos, porque "a mi las bodegas me mandan vinos todo el tiempo, pero nunca me mandan estos".
Concreto: estaban el Yacochuya y el San Pedro de Yacochuya (a disposición de los buscadores inquietos), el Afincado Malbec de bodega Terraza de los Andes, el Rutini apartado 2003 (que pudieron degustar a discreción los paladares negros que aguantaron hasta el final) y su Gewurztraminer con su cogotuda botella estilizada, el Zuccardi Z, los tres Gala de Luigi Bosca, los Trapiche gran medalla, los sanjuaninos de Finca Las Moras (sobre todo el Gran Syrah) y también el Tikal de Ernesto Catena, (a partir del cual se entablaron algunas discusiones).
Además, Miguel Brasco, paseándose las dos noches como un visitante más, pidiendo sus vinos preferidos en los stands (algo raro en él ya que solo toma vino en las comidas y se mofa de los speudo entendidos mueve copas) y a disposición de quien quisiera escuchar sus reflexiones ilustres y sus recomendaciones.
Nos dejó algunas máximas: “En Argentina no hay un marketing global del vino (como si lo hay en otros países, donde se dice vino italiano o vino francés, sin nombrar a ninguna bodega o región particular). Acá, cada bodega hace su propio marketing”."Estados Unidos perdió en Argentina la batalla marketinera de los New World Wine, vinos excesivamente concentrados, donde se diluyen las características particulares de las variedades. Desde hace tres años las bodegas volvieron a hacer el vino que le gusta al consumidor argentino genéticamente formado”. “La visita de Michel Rolland a la bodega de Etchart, (donde Brascó ofició de traductor), (ya que Arnoldo no habla castellano, habla salteño y Rolland no habla español), fue el inicio del cambio de la forma de hacer vino en Argentina. Antes el 99% de los vinos era común”. Se refería al año 1988, cuando Arnaldo Etchart convocó al enólogo más famoso del mundo para que elabore sus vinos. El resultado fue uno de los primeros vinos de alta gama de Argentina: el Arnaldo B. Etchart Cosecha 1989.
En su última visita a San Nicolás creí entender que Brascó le tiraba mala onda a Rolland por haber sido el responsable de que muchos bodegueros argentinos, en su lícito afán por vender al exterior, trocaron el típico vino argentino, por la fashion New World Wine. Esta ves lo defendió. Es más, criticó a la película Mondovino, que intenta defenestrarlo, y lo calificó como un tipo agradable y gran conocedor. Le recordé que en el documental se lo ve, sin editar, a Rolland en el auto, fumando, bajando a una bodega y recomendando microxigenación y barrica nueva. Me dijo, si, pero nadie puede hacer eso, salvo él.
En la exposición, alrededor de los vinos estuvieron, los aceites de oliva de Zuccardi, la grapa de Rutini, el jamón endulzado de Paladini, los quesos de Verónica y la salchicha en camisa de Buenas Migas. Y para los que, aunque tambaleantes, llegaron hasta el final, los temaki de langostinos del Chino coronaron la noche. Borja Blázquez dio clases de tapeo (los calamaretis y las papas con salsa picantes sublimaron ). Y se destacaron dos sommeliers, por su calidad de atención: Carlos Prados, de Luigi Bosca y Diego Córdoba, de Ruttini.
Dos hechos resaltaron por igual: los que fueron las dos noches y los que no fueron ninguna. El censo dirá que ya somos 200 mil. El resto, ¿qué está esperando?

Walter Alvarez