2.3.14

La fábula del viñedo y el chimango

Fuimos con Julio Méndez, Daniel Cotarelli y Fernando Demarco a lo de Roberto Chongo, en Pérez Millán, un hombre de campo ya jubilado que desde hace veinte años se da el gusto de hacer vino tal como lo hacía su abuelo y su padre. Su abuelo llevaba la cosecha a Ramallo y volvía cargado de uva que compraba en los viñedos de la zona, casi siempre en la quinta de Dusso. Ahora que ya los viñedos se terminaron en toda la costa del Paraná Roberto compra la uva en Mendoza donde va con su camión dos o tres veces al año. El vino Don Pacífico, en recuerdo de su abuelo, le sale muy bien y lo vende en su casa, donde construyó una pequeña tienda que rememora los almacenes rurales, y en las ferias, mayormente de Ramallo.

 



Pero lo sorprendente no es eso, ya que muchos en todo el país lo hacen. Lo sorprendente es su viñedo bajo invernadero, que no cura y que le da una uva sana y abundante. Para entender esto hay que saber que cultivar uva en climas secos es bastante fácil. Se puede controlar el agua que la planta recibe y la baja humedad no deja proliferar los hongos que la enferman. Lo difícil, lo heroico diría, es cultivar en clima húmedo y lluvioso y, para peor con suelo humífero súper fértil donde a la soja le sobra y el viñedo vive a sus anchas pero, sin saberlo, atrapado en una trampa mortal. Para dar buenos frutos la vid debe sufrir. Tiene que hundir muy profundo sus raíces para atrapar esas gotas de agua que se escabullen en los suelos pedregosos. Esa carrera es beneficiosa porque junto al agua se trae los elementos que componen el suelo y luego se los transmite al vino, de ahí, por caso, los vinos minerales. En climas con mucha amplitud térmica, es decir donde hace mucho frio de noche y mucho calor de día, la planta tiene que engrosar la piel de la uva para preservar la semilla (en realidad lo único que a la planta le importa), y ese engrosamiento atesora mayor cantidad de los componentes que le transmitirán características al vino: color, aroma, taninos. El follaje crece poco por lo que toda la energía que tiene va a los racimos. En definitiva la vid debe sentirse amenazada para dar buenos frutos. Todo eso lo encuentra en zonas montañosas y desérticas. Pero en climas húmedos y de suelos fértiles la vid está chocha. Encuentra  agua casi al ras del suelo, el follaje crece geométricamente y la fruta no tiene que preocuparse por defenderse. Tiene agua a montones que aumenta el volumen del grano de uva pero le bajan el azúcar.  Y, para peor, esas mismas condiciones las comparte con sus enemigos: los hongos y las malezas. Cada vez que deja de llover (más o menos doce veces por temporada) hay que curar las hojas y racimos para que los hongos no la pudran y hay que desmalezar cada quince días para eliminarle competidores. Por eso el viñatero de clima húmedo es hombre creyente, cultivar viñedo es clima húmedo es una cuestión de fe. Así y todo, hay años secos donde los vinos salen con más color, más alcohol y  más cuerpo. Por eso los viñateros de clima húmedo buscan todo el tiempo nuevos métodos para sortear las condiciones adversas. En ciertos lugares de Francia, como Champaña, donde llueven ochocientos milímetros por año, casi como acá, o en Uruguay, crearon un sistema de conducción de la vid en Lira. Es como una y griega donde los cargadores están sobre los brazos cortos de la “Y” y el viento que corre por el medio se lleva los hongos. Así lo hacen en Colón, Entre Ríos. O rociarla con giberelina, que se aplica para eliminar producción y así evitar que los racimos se apiñen y lograr que el aire circule mejor entre ellos para alijarar la plata de hongos. O el sistema de parral, como tiene Nazareno Bruschi en Villa Canto con buenos resultados. Pero jamás habíamos visto un viñedo en invernadero, bajo un cobertizo de nylon. La lógica indicaría que allá abajo la humedad se condensaría más, pero no es así. Roberto lo tiene y cultiva Tannat, Merlot, Malbec, Moscatel, Fer, con resultados sorprendentes. Este año no lo curó nunca y las plantas permanecen sanas, con poco follaje y con buena producción. Tiene un viñedo testigo al aire libre donde las uvas se estaban pudriendo. Lo googlee y no hay muchas experiencias en el mundo. Es un sistema caro, que hay que renovar cada tres años, sino se lo lleva antes un ventarrón. Quizá no sería rentable a gran escala, pero demuestra que el ingenio del hombre puede sobreponerse a cualquier condición adversa.





Después de ver la bodeguita artesanal, pero muy ingeniosa, y de charlar con Roberto sobre las maneras de elaborar el vino y de probar y comprar tinto y blanco y de recorrer la extensa plaza del diminuto pueblo, regresamos por la ruta enmarcada de sorgo y soja, pensando si podríamos aplicar el sistema en nuestro viñedo. Como una cifra de lo vivido una veloz iguana cruzó la ruta hirviente frente al Torino blanco de Cotarelli. Un kilómetro más adelante un chimango atrapó al cuis que se detuvo a mitad del camino temeroso del ave que lo sobrevolaba.