22.7.20

De las quintas siguen naciendo barrios

El cambio de modelo económico, que pasó del rural al industrial, generó la desaparición de la vitivinicultura, la fruticultura y la elaboración de vinos en el partido de San Nicolás de los Arroyos. Lo que ocurrió fue que las quintas se urbanizaron convirtiéndose en los actuales barrios. Solo es posible imaginar ese proceso ya que no quedan registros gráficos de aquello. Sin embargo, en este momento, un acontecimiento similar se está produciendo en la vieja quinta El Palomar, ubicada en calle San José 911, donde hasta hace poco tiempo vivió Orfilo Cámpora.






A principios de la década del 70, San Nicolás era una ciudad con un perfil eminentemente industrial. Diez años antes, un día como hoy de 1960, había comenzado a funcionar la fábrica de acero Somisa, que llegó a contar con doce mil empleados. En 1958 inició su actividad la Alcoholera, otra inmensa fábrica cuya construcción había comenzado en 1947. Si bien sólo trabajó un año, su montaje demandó una gran cantidad de mano de obra del interior y del exterior del país, específicamente checoslovacos, que luego se afincaron en la ciudad. En 1957 se puso en marcha una Central Termoeléctrica que superaba los quinientos empleados. Junto a éstas grandes industrias, otras diez, más pequeñas, generaban tres mil puestos laborales.
La instalación de las grandes fábricas atrajo gran cantidad de empresas metalúrgicas que orbitaban a su alrededor. A mediados de la década de 1970, funcionaban otras cuarenta y cinco empresas: treinta y tres metalúrgicas, tres frigoríficas, dos químicas, dos textiles, dos alimentarias, dos agroindustriales y una de premoldeados. 
Este desarrollo tuvo dos consecuencias que afectaron la continuidad de la actividad vitivinícola y frutihortícola en las quintas que rodeaban a la ciudad. Por una parte atrajo una enorme cantidad de inmigrantes interiores que llegaron desde las provincias, primero a construir y luego a trabajar como empleados de las grandes fábricas y talleres. Por otra parte provocó una gran migración de mano de obra rural a las fábricas, y tuvo consecuencias directas para los viñateros por la dificultad para convocar trabajadores para la vendimia. Para un trabajador era mucho más conveniente la remuneración, la seguridad y los beneficios sociales que obtenía en la fábrica que en las quintas. Con los años este fenómeno generó una descalificación de los oficios asociados (injertadores, podadores, etc.).
 El aumento de la población tuvo una consecuencia adicional para los quinteros que tenían sus propiedades en el radio más cercano a la zona urbana. Sus terrenos fueron requeridos por el negocio inmobiliario para convertirlos en barrios, donde alojar a la gran masa de inmigrantes que se afincaban en la ciudad en busca de trabajo. Este avance de la urbanización se conjugaba con una disminución de los rindes agrícolas y las buenas ofertas de compra por parte de los empresarios inmobiliarios. No era sencillo para los quinteros negarse a lotear sus quintas ante dos realidades inapelables: por un lado, las jugosas ofertas que efectuaban las inmobiliarias y por otro la evidencia de que, por más que intentaran resistir, tarde o temprano el desarrollo urbano los desalojaría.
A mediados de la década del 60, el negocio de la venta de terrenos estaba en pleno auge. La inmobiliaria Glaría y Cía publicaba desde 1961 una revista llamada “Pregón inmobiliario”, donde se publicitaban la venta de terrenos. En su número del año 1965 destacaba loteos en la zona sur a ambos lados de la ruta 188. En un croquis adjunto figuraban los nombres de los propietarios de las tierras. Eran Ponte, Cámpora, Montaldo, Di Santo, Leoni, Biava, Vigo, Lanza, Passaglia, entre otros. “Puede apreciarse en el croquis”, decía el aviso, “la magnífica ubicación de éstas tierras". “Por su proximidad a grandes centros fabriles y a importantes barrios en formación, es indiscutible que con el desarrollo de la ciudad adquirirán un elevado valor, de ahí que la recomendamos como la mejor inversión de sus ahorros!!!”  (destacado en el original). Era todo un presagio de la ciudad que venía.
En una sección titulada: “El remate de las quintitas...”, profetizaba: “Constituye, sin lugar a dudas, una verdadera oportunidad. En distintas ocasiones se nos ha solicitado fracciones que no excedieran en mucho a una hectárea de tierra, para ser aplicadas a diversas explotaciones. En realidad, rara vez nos fue posible complacer dichos pedidos, pues quienes tienen terrenos suburbanos en San Nicolás prefieren subdividirlos en pequeños lotes para viviendas dado que su venta en tales condiciones resulta más productiva”.
Las quintas y bodegas ubicadas en las cercanías de la zona fabril (sur de la ciudad) fueron las afectadas por los loteos. Poco a poco todas las quintas siguieron el mismo destino. Por eso es que muchos barrios llevan el nombre de las quintas o de sus propietarios. Lanza, Don Américo (por don Américo Lanza), Garetto, Ponte, Colombo, Las Viñas, Los Viñedos, La California.
Solo podemos imaginar como habrá sido el momento en que las quintas se convirtieron en barrios. Sin embargo, en este momento, está ocurriendo un loteo que puede darnos una idea gráfica de aquel momento. Se trata de las obras de infraestructura para un loteo donde antes estaba la quinta, viñedo y bodega de Orfilo Cámpora, que fue creada por su abuelo, el inmigrante lígure Francisco Pedro Cámpora.


Francico llegó en 1885 a bordo del barco Perseo, proveniente del pueblo genovés de Cheranesi. Aquí se casó con Rosa Giara, quien en 1895 heredó cinco hectáreas con viñedo sobre calle San José detrás de las vías del ferrocarril, donde el matrimonio comenzó a desarrollar su quinta, conocida como El Palomar. Años después le sumaron seis hectáreas más que Francisco utilizó para vinificar recordando el método utilizado por su padre en Italia.
Tuvo diez hijos, Francisco Pedro, Cayetano, José Miguel, María, Rosita, Carlos, Teresa, Luisa, Margarita y Santiago. Los varones aprendieron desde chicos el trabajo de su padre y según la afinidad se repartieron las tareas. Francisco Pedro sumó variedades de uva al lote inicial y con ellas realizó nuevas experiencias. Comprobó cuales eran las uvas que mejor se adaptaban a las condiciones climáticas que les eran adversas, midió las características de los vinos que daba cada una y se fue quedando con las que mejor satisfacían su necesidad de cantidad y calidad. También se ocupó de adaptar la bodega y modernizar los procesos de vinificación. A partir de la década de 1920 instaló un motor a vapor para hacer accionar la moledora y la bomba de trasiego, compró motores a combustible y construyó una moledora y una prensa hidráulica. A partir de la década del 30 reemplazaron los depósitos de madera por piletas de cemento e incorporaron un pausterizador.
José Miguel se encargaba de la comercialización. En una jardinera recorría los pueblos de la ruta 188 transportando bordalesas de doscientos litros que vendía en los almacenes de ramos generales. Cayetano permanecía en la bodega y controlaba el proceso de elaboración. Los otros hermanos se dedicaban al resto de las tareas rurales y las mujeres atendían el hogar y la quinta chica, donde estaban las hierbas aromáticas y el jardín, siempre muy cerca de la casa.
El hijo de Francisco Pedro, Orfilio, continuó con la actividad bodeguera hasta mediados de la década del 60 y su primo, Duilio, (hijo de José Miguel) fue uno de los colaboradores destacados. Hoy ellos ya no están y el terreno donde antes había viñedo, frutales, huerta y una bodega, será destinados a la construcción de viviendas.