18.8.20

El ombú

Toda ciudad tiene sus delimitaciones oficiales y aquellas otras demarcaciones populares construidas colectivamente que señalan un lugar significativo o la ocurrencia de un acontecimiento relevante o simplemente porque están allí por donde todos pasan y al pasar le transmiten su experiencia o, mucho menos, para desafiar el nombre con que el poder se apropió de la memoria colectiva. En épocas donde era de tierra y surcaba las quintas que se recostaban a su lado, desde el colegio Don Bosco hasta el arroyo Ramallo, la avenida Savio era conocida como La Calle Ancha. Era el camino que los Ponte, Cámpora, Vigo, Nozzi, Picabea, Volpato tomaban para ir a sus quintas y bodegas, cuando regresaban del centro de la ciudad o desde el sur, por la ruta 188, luego de repartir las bordalesas con vino en los almacenes de pueblo. La industrialización de San Nicolás dejó atrás el tiempo de las quintas y bodegas cuando impuso el modelo siderúrgico del general Manuel Nicolás Savio. Pero, a mediado de la década de 1960, la Calle Ancha ya no solo llevaba a las quintas, sino también a la fábrica Somisa. Catorce mil personas iban y venían, todos los días, observando todavía viñedos y bodegas, por ese camino que ahora se llamaba Avenida Savio. 



En la esquina de Savio y Cernadas (en realidad en la esquina de Cernadas y La Calle Ancha) los Ponte y los Vigo -dos años después de que fuera declarado árbol patrio por el voto popular- plantaron un ombú que funcionaba como delimitación visual de ambas propiedades. Cuando ambas quintas fueron loteadas el ombú siguió cumpliendo su función demarcadora para los vecinos del barrio que se formó. A tal punto fue un ícono que era muy improbable que alguien supiera que esa calle se llamara Cernadas (y menos quien fue Cernadas) y todos conocían esa encrucijada como la Esquina del Ombú. “Del ombú para acá”, “Del ombú para adentro”, era las coordenadas con que los vecinos indicaban la ubicación de un lugar. Una parrilla, una peña de amigos, una remisera y varios comercios llevan o llevaron el nombre de ese ombú. Esto le daba al ombú un carácter venerable. A nadie se le pasaba por la cabeza que esa hierba dejara de estar algún día allí. Pero si, el ombú un día comenzó a secarse. Sus hojas se pusieron amarillas, sus ramas se lignificaron y la muerte comenzó a reclamarlo para sí, a la vista de todos. El ombú se iba, todos los días un poco. Los que reaccionaron primero fueron los ecologistas. Luego, sensibilizó a la ciudad entera que vivió la agonía del ombú como un hecho trágico. Algunos propusieron que había que intentar salvarlo. Otros aseguraban que ya era demasiado tarde. Los entusiastas hablaron. Los expertos también. Las teorías conspirativas circularon y el ombú agónico fue el disparador de todo tipo de comentarios. Hubo personas que aseguraron que los dueños del restaurant de la esquina, a los cuales el ombú les tapaba la visual del negocio, porque ya había crecido demasiado, comenzaron a secarlo. Otros aseguraban que la rotura de caños subterráneos que derramaron líquidos pudrieron sus raíces. Otros, que un exceso de poda lo había debilitado irremediablemente. Nunca se pudo comprobar. Lo cierto es que los Medios se ocuparon del asunto, el Concejo Deliberante tomó el tema en sus manos y en abril del 2008 aprobó el pedido del intendente Marcelo Carignani y declaró “Ejemplar Protegido al espécimen Ombú (Phytolacca dioica) ubicado en la esquina de Avenida Savio y calle Cernadas de esta ciudad. Dicho árbol, se encuentra en condiciones fitosanitarias regulares, y merece su recuperación y preservación, debido a que es referencia histórica en el trazado urbano de nuestra ciudad”. La ordenanza prohibió cualquier tipo de intervención, ya sea extracción, poda y despunte. Esta prohibición alcanzaba también a las empresas de Servicios Públicos: Eden, Transba, Litoral Gas, Telecom y a cualquier dependencia municipal. La ordenanza señalaba que en el caso de que el ejemplar cumpla con su ciclo biológico, se erigirá con sus restos una escultura o monolito que identifique el sitio como referencia de importancia geográfica e histórica de la ciudad, a través de la colaboración de artistas locales. 

Carlos Ponte vivió el tema con preocupación ya que eran sus ancestros quienes habían plantado el ombú. Pero, hombre práctico como era, no dramatizó la situación y antes que el ombú muriera le cortó una rama y con esa hizo un hijo de aquel. En definitiva, más allá del apego que engendraba, era un vegetal que valía por su función demarcatoria. Otro vegetal podría sustituir su identidad. Carlos plantó el ombú en una ceremonia a la que invitó a vecinos del barrio, autoridades y periodistas. Se colocó una placa donde Carlos rescata a su vecino: “A Don Isidro Vigo, quien plantó el ombú en 1929. Día del árbol. 29 -8- 2010. Carlos Ponte”. En nombre de los vecinos la municipalidad colocó otra placa: “El pueblo de San Nicolás de los Arroyos en recordación del histórico ombú”. 

Hubo reencuentros, se contaron historias, se dijeron palabras emotivas, los chicos sembraron recuerdos futuros y volvió a cumplirse el eterno ritual: la memoria encontró su objeto para restituirse. El ombú y su retoño volvieron a juntar a la comunidad de vecinos alrededor de ese fuego inmortal. 











Hoy, tampoco el retoño existe; solo es tiempo desplegado, memoria pura.